Los abuelos que postergaron sus sueños porque gastaron sus vidas trabajando pensaron siempre que sus hijos realizarían lo que alguna vez pensaron para ellos. La historia indica que las aspiraciones se cumplieron y sus hijos lograron ser profesionales y avanzar más aún de lo que avanzaron ellos, allá en las primeras décadas del siglo XX.
Pero la historia de desazón comienza cuando nuestros padres ven que sus hijos, la tercera generación, no sólo no avanzan: van para atrás. Chicos de 30 años que viven con sus padres porque no tienen ingresos para estar solos, familias amuchadas porque no hay cómo comprar otra casa o llegar un alquiler decente.
A mí, lo que me carcome es la pregunta: ¿qué será de nuestros hijos? Veo al mío y a los hijos de nuestros amigos jugando tan despreocupadamente, que quisiera que el tiempo se quedara ahí, que no tuvieran que emprender los 20 años de escolarización que les espera, las presiones que deberán sortear o la posibilidad de que la suerte no los acompañe.
La desazón me agarra cuando me imagino que el futuro será todavía mucho más difícil de lo que está siendo para nosotros. ¿Cuánto tendrán que estudiar? ¿Qué oportunidades tendrán? ¿Podrán tener todas las habilidades que pide este mundo cada vez más exigente? ¿Cuánto más deberán exigirse para estar a la altura de las circunstancias?
No importa. Ustedes, chicos, jueguen mucho.
lunes, marzo 26, 2007
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