No es fácil ir a un médico con dos críos, 34 grados y un panzón que vale por cuatro. Sobre todo si al facultativo en cuestión los críos le repelen. La semana pasada Matilda se brotó toda y fuimos a un dermatólogo en la zona de la Recta Martinoli. Seco, de pocas palabras, pero en fin: uno no va a tomar un café con el médico. Le dio un tratamiento que le hizo muy bien y para mí eso era suficiente. Hoy teníamos que ir a control.
Media hora de espera afuera. Apenas entramos, Joaquín se abalanzó sobre el sellito del doc, como hace con su pediatra, y lo estampó en el recetario. “No que se rompe”, lo cruzó. Es cierto.
Se fue y nos quedamos esperando adentro unos 10 minutos. Cuando volvió, el nene había hecho un avioncito con esa receta sellada y se disponía a decorarlo.
Tomó una lapicera y empezó a dibujar. No se acordaba de porqué estábamos ahí.
“Devolvémela que se gasta la tinta”, le dijo a Joaquín. Era una Bic negra mugrosa, esas de plástico puro. Fue demasiado.
martes, marzo 30, 2010
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
4 comentarios:
pediatra? la que lo parió
La verdad que no se puede creer! Que tipo mas asqueroso! Bahh, un tarado
No, un dermatólogo. Al pediatra lo amamos, por eso estamos mal acostumbrados!
Lo mato, te lo juro.
QUe fastidio de persona. Espero no tengan que volver!!!
Publicar un comentario