jueves, enero 29, 2009
Sofía de los Milagros
Solamente 14 veces se había realizado en el mundo un trasplante a una mujer embarazada. Apenas cuatro habían podido sobrevivir.
Pero Martha y Sofía lo lograron. A Martha le agarró en diciembre una hepatitis fulminante que la dejó al borde de la muerte. El 14 de diciembre entró en emergencia nacional y tres días después, justo el día de su cumpleaños, llegó el hígado de reemplazo. Se lo transplantaron con su beba en la panza.
A las tres semanas, los médicos decidieron que era mejor que Sofía naciera. Y con apenas 850 gramos, las dos se conocieron.
En la radio esta mañana hablamos con Martha. Yo me hubiera quedado horas charlando, pero no podía pronunciar palabra.
Ella contaba que cuando se despertó de la operación, creía que su bebé no estaba más con ella. Y cuando le dijeron que todo había salido bien, la llamaron Sofía de los Milagros. Una historia hermosa, de esas que conmueven el alma.
Ver más acá.
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1094486
miércoles, enero 21, 2009
Lost-tatines!!
Es cierto, somos fans de Lost en casa (hoy empieza en EEUU la penúltima temporada, al fin!) al igual que de Prison Break, Damage y Amas de casa desesperadas, entre otras menores.
Pero lo que verdaderamente están perdidos son los alfajores Tatines blancos, no los consigo por ninguna parte!!!! Ocasionalmente encuentro los negros en algún súper, pero de los blancos, ésos que les encantan a Titín, ni noticias!!!!!
¿Cómo puede ser?
martes, enero 13, 2009
Y un día lo logramos!!!!
Sí, sí, sí!!!! A los 13 meses y 13 días, nuestro solcito descubrió que la vida a 70 centímetros de altura tiene otra dimensión. ¡Y arrancamos! Ahora no hay quién la convenza de bajarse. Toto un logro de equipo, de ella a la cabeza (por supuesto) y de todos nosotros que acumulamos horas y horas cola al piso, brazos tendidos y patas abiertas repitiendo: vení, vení, vení!
jueves, enero 08, 2009
¿Me comprás?
Cada tanto me agarra la histeria de que hay muchas cosas en casa. Juguetes, autos, ropa. Empiezo a meter todo en una caja, con el consentimiento (a veces...) de Felipe y Joaquín. Para Navidad preparamos una bolsa para una familia del Chaco con la que tenemos contacto. Joaquín (y también Matilda) eligieron algunos de sus juguetes lindos para esos chicos.
Queremos que sean generosos, aunque reconozco que muchas cosas de las que Laura Gutman (y encontré en el blog de Turca) dice acá abajo yo las hago: caramelos en el pediatra para que se quede quieto o chicles en esos lugares donde hay que esperar mucho.
Trato de inventar juegos e historias locas, pero a veces cedo y siempre que vamos al súper Joaquín se vuelve con un hot whell. Siempre le digo que no me gusta la palabra "compráme", pero claro, no siempre puedo decir que no. En casa no hay TV por cable por elección: creemos que la publicidad de los juguetes en los que encima viene todo hecho les termina quemando la cabeza a los pobres chicos.
Es largo, pero vale mucho la pena:
Comprar en lugar de vincularse
No es fácil vincularnos y permanecer muchas horas a solas con los niños pequeños. Por eso solemos convertir los momentos de “estar juntos” en momentos de “consumo” compartido. La “compra” del producto que sea opera como mediador en la relación entre los niños y nosotros. El objeto mediador puede ser la televisión, el ordenador, los jueguitos electrónicos, salir de compras a la juguetería, al pelotero, al centro comercial o a lo sumo ir a ver un espectáculo (que pueden ser maravillosos y necesarios en sí mismos). Pero conviene reflexionar sobre cómo los adultos utilizamos los elementos de consumo social para paliar la dificultad que supone la relación con el niño, es decir la permanencia, la mirada, el juego y la disponibilidad emocional.
Cuando un niño nos pide tiempo para jugar, o mirada para que nos extasiemos por un descubrimiento en su exploración cotidiana, cuando nos solicita presencia para permanecer a su lado o que nos detengamos un instante para que pueda recoger una piedra del suelo; solemos responder ofreciendo una golosina, una promesa o un juguete porque estamos apurados. El niño poco a poco va aprendiendo a satisfacer sus necesidades de contacto a través de objetos, y muchas veces a través de alimentos con azúcar. Todos los adultos sabemos que mientras un niño come algo dulce, no molesta. Y también sabemos que en la medida en que esté hechizado por la televisión, tampoco molesta. Si aprende a jugar con el ordenador, molesta menos aún. Y si necesitamos salir a la calle en su compañía, en la medida que le compremos algo, lo que sea, estará tranquilo y nos permitirá terminar con nuestros trámites personales mientras dura la fugaz alegría por el juguete nuevo.
Los niños aprenden que es más fácil obtener un objeto o algo para comer (generalmente muy dulce o muy salado) y de ese modo desplazan sus necesidades de contacto y diálogo hacia la incorporación de sustancias que “llenan” al instante. Tienen la falsa sensación de quedar satisfechos, aunque esa satisfacción dura lo que dura un chocolate. Es decir, muy poco tiempo. Por eso los niños volverán a pedir –o a molestar a ojos de los adultos- y en el mejor de los casos volverán a recibir algo que se compra, con la debida descalificación de sus padres por ser demasiado pedigüeños o faltos de límites. Es un modelo que repiten hasta el hartazgo, porque funciona: creen que necesitan estímulo permanente, consumo permanente y rápida satisfacción.
A esta altura, los niños han olvidado qué era lo que estaban necesitando verdaderamente de sus padres. Ya no recuerdan que querían cariño, ni atención, ni mimos, ni palabras amorosas. Ya no registran que era “eso” lo que estaban necesitando.
Nosotros los padres también consumimos para calmar nuestra ansiedad y nuestra perplejidad al no saber qué hacer con un niño pequeño en casa. La cuestión es que nos vinculamos con el niño sólo en la medida en que hay algo para hacer, y si es posible, algo para comprar o comer. Y si el niño puede hacer “eso” solo, sin necesidad de nuestra presencia, mejor aún. Sólo basta mirarnos unos a otros un domingo en un centro comercial cualquiera, en cualquier ciudad globalizada.
Esta dinámica de satisfacción inmediata a falta de presencia afectiva, somete a los niños a una vorágine de actividades, corridas, horarios superpuestos y estrés, que nos deja a todos aún más solos. No nos damos la oportunidad de aprender a dialogar, nos olvidamos de los tiempos internos y pasamos por alto nuestro sutil compás biológico.
¿Qué podemos hacer? Pues bien, podemos buscar buena compañía para permanecer con los niños en casa, sin tanto ruido ni tanto estímulo. Amparadas por otros adultos, es posible permanecer más tiempo en el cuarto de los niños, simplemente observándolos. No es imprescindible jugar con ellos, si no sabemos hacerlo o si nos resulta aburrido. Pero si no logran ser creativos aprovechando nuestra presencia, basta con acercarles una propuesta, unos lápices de colores, una invitación a cocinar juntos, o a revolver las fotos del pasado. En fin, siempre hay algo sencillo para proponer, ya que “eso” que haremos será la herramienta para alimentar el vínculo. Y los niños generalmente aceptan gustosos.
Cuando estamos en la calle con los niños, podemos “desacelerar” y darnos cuenta que no pasa nada si tardamos más tiempo en realizar las compras o los trámites. Porque de ese modo cada salida puede convertirse en un paseo para los niños y en un momento pleno y feliz para nosotros. Si somos capaces de detenernos ante una vidriera que les llama la atención, si una persona los saluda y nos otorgamos el tiempo de sonreírle o bien si nos sentamos un ratito en la vereda porque sí, porque pasó una hormiga, algo habrá cambiado en la vivencia interna de los niños. Esos cinco minutos de atención significan para nuestros hijos que ellos nos importan, que el tiempo está a favor nuestro y que la vida es bella desde el lugar donde ellos la miran. Estamos diciéndoles que nada nos importa más en este mundo que mirarlos, que deleitarnos con la vitalidad y la alegría que despliegan y que los amamos con todo nuestro corazón.
Toda la dedicación y el tiempo disponible que no reciban de nosotros, los obligará a llenarse de sustitutos, y luego creerán que sin esas sustancias o esos objetos no pueden vivir. La realidad es que no podemos vivir sin amor. Todo lo demás, importa poco.
Laura Gutman
Queremos que sean generosos, aunque reconozco que muchas cosas de las que Laura Gutman (y encontré en el blog de Turca) dice acá abajo yo las hago: caramelos en el pediatra para que se quede quieto o chicles en esos lugares donde hay que esperar mucho.
Trato de inventar juegos e historias locas, pero a veces cedo y siempre que vamos al súper Joaquín se vuelve con un hot whell. Siempre le digo que no me gusta la palabra "compráme", pero claro, no siempre puedo decir que no. En casa no hay TV por cable por elección: creemos que la publicidad de los juguetes en los que encima viene todo hecho les termina quemando la cabeza a los pobres chicos.
Es largo, pero vale mucho la pena:
Comprar en lugar de vincularse
No es fácil vincularnos y permanecer muchas horas a solas con los niños pequeños. Por eso solemos convertir los momentos de “estar juntos” en momentos de “consumo” compartido. La “compra” del producto que sea opera como mediador en la relación entre los niños y nosotros. El objeto mediador puede ser la televisión, el ordenador, los jueguitos electrónicos, salir de compras a la juguetería, al pelotero, al centro comercial o a lo sumo ir a ver un espectáculo (que pueden ser maravillosos y necesarios en sí mismos). Pero conviene reflexionar sobre cómo los adultos utilizamos los elementos de consumo social para paliar la dificultad que supone la relación con el niño, es decir la permanencia, la mirada, el juego y la disponibilidad emocional.
Cuando un niño nos pide tiempo para jugar, o mirada para que nos extasiemos por un descubrimiento en su exploración cotidiana, cuando nos solicita presencia para permanecer a su lado o que nos detengamos un instante para que pueda recoger una piedra del suelo; solemos responder ofreciendo una golosina, una promesa o un juguete porque estamos apurados. El niño poco a poco va aprendiendo a satisfacer sus necesidades de contacto a través de objetos, y muchas veces a través de alimentos con azúcar. Todos los adultos sabemos que mientras un niño come algo dulce, no molesta. Y también sabemos que en la medida en que esté hechizado por la televisión, tampoco molesta. Si aprende a jugar con el ordenador, molesta menos aún. Y si necesitamos salir a la calle en su compañía, en la medida que le compremos algo, lo que sea, estará tranquilo y nos permitirá terminar con nuestros trámites personales mientras dura la fugaz alegría por el juguete nuevo.
Los niños aprenden que es más fácil obtener un objeto o algo para comer (generalmente muy dulce o muy salado) y de ese modo desplazan sus necesidades de contacto y diálogo hacia la incorporación de sustancias que “llenan” al instante. Tienen la falsa sensación de quedar satisfechos, aunque esa satisfacción dura lo que dura un chocolate. Es decir, muy poco tiempo. Por eso los niños volverán a pedir –o a molestar a ojos de los adultos- y en el mejor de los casos volverán a recibir algo que se compra, con la debida descalificación de sus padres por ser demasiado pedigüeños o faltos de límites. Es un modelo que repiten hasta el hartazgo, porque funciona: creen que necesitan estímulo permanente, consumo permanente y rápida satisfacción.
A esta altura, los niños han olvidado qué era lo que estaban necesitando verdaderamente de sus padres. Ya no recuerdan que querían cariño, ni atención, ni mimos, ni palabras amorosas. Ya no registran que era “eso” lo que estaban necesitando.
Nosotros los padres también consumimos para calmar nuestra ansiedad y nuestra perplejidad al no saber qué hacer con un niño pequeño en casa. La cuestión es que nos vinculamos con el niño sólo en la medida en que hay algo para hacer, y si es posible, algo para comprar o comer. Y si el niño puede hacer “eso” solo, sin necesidad de nuestra presencia, mejor aún. Sólo basta mirarnos unos a otros un domingo en un centro comercial cualquiera, en cualquier ciudad globalizada.
Esta dinámica de satisfacción inmediata a falta de presencia afectiva, somete a los niños a una vorágine de actividades, corridas, horarios superpuestos y estrés, que nos deja a todos aún más solos. No nos damos la oportunidad de aprender a dialogar, nos olvidamos de los tiempos internos y pasamos por alto nuestro sutil compás biológico.
¿Qué podemos hacer? Pues bien, podemos buscar buena compañía para permanecer con los niños en casa, sin tanto ruido ni tanto estímulo. Amparadas por otros adultos, es posible permanecer más tiempo en el cuarto de los niños, simplemente observándolos. No es imprescindible jugar con ellos, si no sabemos hacerlo o si nos resulta aburrido. Pero si no logran ser creativos aprovechando nuestra presencia, basta con acercarles una propuesta, unos lápices de colores, una invitación a cocinar juntos, o a revolver las fotos del pasado. En fin, siempre hay algo sencillo para proponer, ya que “eso” que haremos será la herramienta para alimentar el vínculo. Y los niños generalmente aceptan gustosos.
Cuando estamos en la calle con los niños, podemos “desacelerar” y darnos cuenta que no pasa nada si tardamos más tiempo en realizar las compras o los trámites. Porque de ese modo cada salida puede convertirse en un paseo para los niños y en un momento pleno y feliz para nosotros. Si somos capaces de detenernos ante una vidriera que les llama la atención, si una persona los saluda y nos otorgamos el tiempo de sonreírle o bien si nos sentamos un ratito en la vereda porque sí, porque pasó una hormiga, algo habrá cambiado en la vivencia interna de los niños. Esos cinco minutos de atención significan para nuestros hijos que ellos nos importan, que el tiempo está a favor nuestro y que la vida es bella desde el lugar donde ellos la miran. Estamos diciéndoles que nada nos importa más en este mundo que mirarlos, que deleitarnos con la vitalidad y la alegría que despliegan y que los amamos con todo nuestro corazón.
Toda la dedicación y el tiempo disponible que no reciban de nosotros, los obligará a llenarse de sustitutos, y luego creerán que sin esas sustancias o esos objetos no pueden vivir. La realidad es que no podemos vivir sin amor. Todo lo demás, importa poco.
Laura Gutman
domingo, enero 04, 2009
Dilema de Reyes Magos
Mañana pasan los Reyes Magos.
Me encanta decirle a Joaquín que ponga los zapatos, que le dejemos pastito a los camellos, agüita... Me encanta verle la magia en la cara.
Pero no me cierra decirle una mentira. No me sale.
Lo mismo me pasó con Papá Noel. Reniego del gordo abrigado de la Coca Cola que aparece con los 32° que tenemos en estos lares. Mi explicación incluye también al Niñito Jesús y que no pasa por todos lados, sino que le pide ayuda a los papás y que tenemos también que darle juguetes a otros papás de nenes a quienes no les pueden comprar. Armamos una caja para el Chaco este año.
De todos modos, en la casa de los abuelos hubo un Papá Noel y me encantó verlos.
O sea: no tengo claro nada, pobre chico.
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